lunes, 24 de septiembre de 2012

De compras y paseos en Santiago


Para los que cruzan la cordillera con la intención de aprovechar las ofertas tecnológicas, algunas sugerencias orientadas al disfrute de la capital trasandina.

Aún queda un fin de semana largo en noviembre, momento ideal para una escapada para recargar energías antes de las vacaciones. La capital chilena es una excelente opción para los mendocinos. Con aéreos que van desde los U$S 100 y pasajes en colectivos desde $ 90, alojamiento desde U$S 50, la aventura no resulta onerosa. Eso sí, atenti con las ofertas de LCD, LED y tantas otras chucherías de importación que a los argentinos nos suenan tan convenientes.

Las tarjetas quedarán al rojo vivo si no se hace un buen plan de compras. Por estos días, supermercados y centros comerciales lanzan tentadoras promociones con rebajas de hasta 30% en determinados días y horarios, sobre los precios regulares en diversos artículos tecnológicos, que ya de por sí son más económicos que lo que se puede encontrar en Mendoza. Bazar, blanco e indumentaria deportiva, otros rubros preferidos por los coterráneos.

Además de disfrutar de las bondades de Santiago en cuanto a shoppings y excelente gastronomía, hay muchos paseos para realizar que brindarán una mirada más acabada de la ciudad y el país.

Comenzar en el cerro Santa Lucía el mirador desde donde en 1541 se llamó a la zona Santiago del Nuevo extremo, llegar a la Plaza de Armas también fundacional y que hoy no sólo alberga las manifestaciones políticas y culturales sino gran parte de la movida citadina con sus bares y restaurantes en las calles. Los edificios mantenidos como en la colonia, son testigos de la dinámica santiaguina.

En el trayecto desde la Alameda hacia Providencia encontrará el barrio París-Londres con estilos arquitectónicos de aquellos lares representando una visión propia de los años 20. Allí la iglesia más antigua, la de San Francisco, data de 1618. El cerro San Cristóbal es otro imperdible. Habrá que tomar el teleférico desde la estación Pedro de Valdivia para maravillarse con la vista panorámica de la urbe desde las alturas.

Desde allí también se ven los modernos edificios del barrio que lleva el nombre del fundador. Arriba un observatorio y una de las casas del poeta Pablo Neruda que hoy es un museo: la Chascona. Abajo el barrio Bellavista contiene la bohemia local y gran parte del hippies chic; bares, restós, pubs, galerías de arte, teatros, en un perímetro acotado, colorido y singular, infaltable en las rondas nocturnas por Santiago.

Por su parte el barrio Bellas Artes es imperdible, en especial para los que buscan el contacto con las artes vernáculas. Allí museos, galerías, cafés hablan de los próceres de las letras y la plástica de antes, pero también de la prolífera producción actual.

En Vitacura, Las Condes y Santa María de Menquehue, lo más selecto de la ciudad, hay mansiones y espacios comerciales exclusivos, restaurantes de autor y un mundo para bon vivant. La avenida Alonso de Córdoba es la de las marcas exclusivas: allí Vuitton, Armani, Ermenegildo Zegna entre otros con sus topísimas tiendas. Además mucho diseño y glam en cada vidriera.

Lastarria es la barriada de moda por excelencia, llena de universitarios, librerías, cine y arte alternativo, tiendas de diseño y gastronomía de la buena, del mundo y autóctona con mucha sofisticación. Imperdible para los viajeros que buscan cosas buenas.
Fuente: Los Andes Turismo

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Titulo: De compras y paseos en Santiago.
Publicado el 17/01/2012.
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Sitio: 365chile.com
Ver en: http://www.365chile.com/santiago_de_chile/de-compras-y-paseos-en-santiago_n.html
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lunes, 17 de septiembre de 2012

La experiencia San Alfonso


En la zona Norte de Algarrobo y exactamente a 90 km de Santiago de Chile está San Alfonso del Mar. Autodefinido como un mundo propio, este centro vacacional exclusivo propone unos días de descanso con rutinas que no semejan a las que se viven en Viña del Mar o La Serena, por ejemplo.

Si de particularidades se trata, pues hay que mencionar a la obra más emblemática del destino: la piscina de agua cristalina más grande del mundo de más de un kilómetro de largo, ocho hectáreas y 250 millones de litros de agua.

Mediante sofisticada tecnología toma el agua del océano y la mantiene en perfectas condiciones. Una postal que pinta el panorama muestra la Playa Grande de Algarrobo que se extiende por más de dos kilómetros, la bahía con sus embarcaciones a vela de múltiples colores y el mar azul con rompiente de una ola, cuya perspectiva se prolonga desde la laguna hacia el mar sin ninguna construcción que se interponga.

Cada edificio cuenta con playas privadas de arenas blancas y palmeras con embarcadero para los días soleados.

Ahora bien, si la jornada amanece fresca o nublada no hay problema porque hay una playa bajo techo -única en Sudamérica- que tiene el agua temperada, arena calefaccionada y camas con burbujas, además de cascadas.

Entre los servicios para los turistas están el club de playa con su gimnasio, la sala de exposicionesy actividades culturales; el anfiteatro al aire libre; el spa y  el supermercado.

El arriendo de una propiedad en San Alfonso del Mar de 2 dormitorios y capacidad para 5 personas en temporada, 7 días/ 6 noches, tiene un valor de $ 829.500 (U$S 1.765) aproximadamente.

El valor incluye alojamiento, ropa blanca, aseo de salida y pack de limpieza. Un dato importante es que los edificios están administrados bajo un moderno concepto hotelero, de manera de evitar todo tipo de preocupaciones a sus inquilinos.

Días ocupados

Claramente el concepto se basa en que, además de aprovechar las playas privadas, hayan actividades que apuntan a turistas con distintas preferencias. Así, el cronograma preparado por los anfitriones es surtido y sugerente y se estrenará el 2 de enero.

 Promediando la mañana, tipo 10.30; cada uno de los integrantes de la familia puede partir con destino a lo que más le gusta.

Prácticas en el muro de escalada para los  jóvenes, salidas para recorrer San Alfonso para niños y adultos, bailes entretenidos, excursiones playeras, profesores de gimnasia que dirigen programas de entrenamientos además de trekking, clases de natación y aquafitness y hasta clases de spinnig o yoga para no olvidar la rutina menduca.

Los pequeños, ocupados y entretenidos en el mini club con visitas al acuario o paseos en vela, tan sólo por dar ejemplos. También proponen fútbol, béisbol, juegos de agua, competencias de castillos en la playa y regatas de kayaks o de velas.

Hasta ahí para el día, ahora bien durante las noches, hay bastante. Si empezamos por la gente menuda, están previstas algunas noches temáticas en Discopeques, tal como una denominada “Subtierra”.

El cinco de enero habrá un gran bingo familiar –que se repetirá varias veces durante la temporada - y las noches subsiguientes karaoke en el Acuario Oceánico, cine bajo las estrellas y tanto más en un calendario que cierra el 29 de febrero del año que viene.

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Titulo: La experiencia San Alfonso.
Publicado el 10/01/2012.
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Sitio: 365chile.com
Ver en: http://www.365chile.com/la-experiencia-san-alfonso_n.html
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lunes, 10 de septiembre de 2012

Atardecer en suelo lunar


Enclavado en plena Cordillera de la Sal -la más joven de Chile, con tan sólo 28 millones de años-, y a 20 minutos del pueblo de San Pedro de Atacama, está el Valle de la Luna. Parece una escultura de algún artista surrealista: la roca fue tallada, naturalmente, por la erosión del viento, el agua y el calor, dejando como resultado un paisaje tan curioso como imponente. Los colores y texturas, el reflejo del sol que pega contra la piedra -compuesta casi íntegramente de sal- y la aridez absoluta, confirman que este peculiar sitio no podría haberse llamado de otra forma.

El predio cordillerano integra la Quebrada de Cari, que debido al proceso de termoplastía permite escuchar crujidos de la roca; las cuevas de sal, que invitan a un recorrido por su interior; la formación de las Tres Marías, picos erosionados que se erigen orgullosos desde hace un millón de años, y la Duna Mayor, que serpentea el horizonte, como dibujada en arena. Más allá, el Valle de la Muerte va despidiendo la tarde, en un degradé de colores rojizos, anaranjados y terracota; con el silbido del viento como única música de fondo. El final del día es en el mirador de Cari, luego de atravesar el Valle de la Paciencia. El calor ya no arrasa y la noche le va ganando la pulseada al sol, que cae rendido entre las montañas, como devorado por el desierto salvaje y sus misterios.
Fuente: La Nación Turismo

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Titulo: Atardecer en suelo lunar.
Publicado el 08/01/2012.
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Sitio: 365chile.com
Ver en: http://www.365chile.com/san_pedro_de_atacama/atardecer-en-suelo-lunar_n.html
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lunes, 3 de septiembre de 2012

San Pedro de Atacama, la llamada del desierto


Géiseres para mirar con respeto, dunas infinitas, cielos tapizados cada noche y la laguna con mayor concentración de sal en el mundo componen un escenario único que se hace sentir en el cuerpo

"El desierto es así: te recibe o te rechaza", dice sin vueltas y verborrágico Miguel, el joven profesor de historia devenido guía de turismo en uno de los lugares más hostiles e imponentes del mundo, ubicado al norte de Chile, en pleno desierto de Atacama. "A mí me recibió", agrega, de nuevo sin vueltas y con orgullo, mientras cae el sol en la Reserva de los Flamencos, en el sector oriental del Salar de Atacama conocido como Soncor, donde se encuentra la Laguna Chaxa. Después de viajar por el mundo y llegar a este páramo, aparentemente inhóspito y agreste, el destino le dio a Miguel la bienvenida en esta tierra inerte, de sol abrasador y noches tan estrelladas como heladas.

Atardece y los últimos rayos se funden en un horizonte de sal, lagunas lejanas y gaviotas andinas, que surcan el cielo, ajenas a cualquier mirada. Más allá también son testigos silenciosos las aves que le dan nombre a la reserva, bellísimos flamencos que parecen intensificar, aún más, la onírica escena. El paisaje es un mar de olas congeladas, kilómetros de olas de cristal que desde hace miles de años, se fueron gestando para mostrarse así: firmes, estoicas, infinitas. Sentirse pequeño o dentro de un sueño, son sólo algunas de las múltiples sensaciones que despierta cada recorte del predio y que se multiplicarán en cada nuevo lugar que se visite.

Es difícil entender al desierto: su bienvenida es tan árida como impactante, y desde el momento en que se pisa su suelo, se puede saber, de algún modo inexplicable, que el universo entero puede concentrarse en un solo granito de arena. Y una vez allí, es imposible ser ajeno a su voz. No emite sonido sino que se percibe en el silencio. Hay algo allí, en este corazón andino, que late fuerte. Y deja huella.

Liviano como el aire

La ruta parece eterna -como todo en el desierto-, y su vigía desde los tiempos de los tiempos custodia en silencio. Bien podría ser el Mordor que ideó Tolkien en el Señor de los Anillos -y recreó Peter Jackson desde el Monte Ruapehu en Nueva Zelanda-, pero no, es el volcán Licancabur y tiene espíritu propio. Sus 5900 metros, dicen, lo convierten en el guardián de San Pedro de Atacama. Su nombre significa "cerro del pueblo" en kunza, el idioma del desierto, perdido hace ya muchos años, aunque no así su misticismo.

En el centro del volcán no se funde el famoso anillo, sino que se guarda parte de la historia del mundo, que se sigue tejiendo en su interior y despierta admiración y respeto. Ante sus ojos, los pocos flamencos de la Laguna Cejar -a 20 kilómetros de San Pedro de Atacama-, ni se inmutan. Continúan alimentándose con total parsimonia, en un espectáculo que no admite interacción con los espectadores: está prohibido acercarse para no invadirlos y así preservar la especie en su entorno natural.

Unos metros más allá, espera la Laguna Piedra, y la magia eleva a todo aquel que se anime a trascender sus aguas heladas y sumergirse. Claro que la inmersión dura pocos segundos: gracias a su concentración de sal -la mayor del mundo, aún antes que la del Mar Muerto-, cualquier cuerpo flota, casi instantáneamente. Aguas cristalinas y liviandad absoluta, frente a la mirada del cordón gris de la Cordillera de Domeyko, el imponente Licancabur y sus volcanes cercanos, Lascar y Corona.

San Pedro, un pueblo

Nada le escapa al desierto. Omnipresente, todo lo invade con su aridez y esa rusticidad que pega fuerte en el cuerpo y el espíritu. San Pedro de Atacama es un pueblo pequeño y pintoresco, a 100 kilómetros de la ciudad de Calama, donde el aeropuerto hace la conexión con Santiago de Chile, 1670 kilómetros más al sur, luego de una hora de vuelo.

Tras aterrizar se siente levemente la altura; son 2400 metros sobre el nivel del mar y un paisaje que impacta por lo ventoso, seco, descolorido y aparentemente, infinito. El pueblo de San Pedro, en cambio, es un pequeño oasis, un reducto pintoresco donde no hay prisa. Todo se concentra alrededor de la plaza principal, la antiquísima y bonita iglesia de techo de adobe y, por supuesto, algunas callecitas de tierra polvorienta que vuela al primer soplo del viento, y seca y reseca.

Cae la tarde y una brisa suave templa el ambiente. Cada esquina se llena de viajeros de todo el mundo, paseando por la Caracoles o la Toconao, las calles principales, en las que parece haberse detenido el tiempo. En los visitantes también se comprueba que nadie le escapa al desierto. La piel curtida, el sol en el cuerpo, el fuego en los ojos. Poéticamente, es la mejor definición, pero físicamente la aridez se siente en todo momento y es inevitable: las mucosas se secan, los labios queman, los ojos casi no ven sin lentes de sol y nadie resiste un solo día sin un buen bloqueador solar. Las temperaturas son siempre extremas y exigen ropa clara y liviana para el día, y abrigo fuerte para la noche. Está claro que el destino es exigente, como así también que vale la pena animarse, porque un viaje al desierto de Atacama más que viaje, es experiencia sentida.

Aguas burbujeantes

El día comienza muy temprano y bajo cero, pero nadie se queja: para ver a los géiseres del Tatio en todo su esplendor, hay que llegar justo al amanecer y cuanto más frío, más grandes los géiseres y sus fumarolas, que pueden alcanzar los sesenta metros de altura. Mucho abrigo, pero superpuesto: es indispensable para poder disfrutar de la salida del sol a 4300 metros, porque los cinco, diez y hasta quince grados bajo cero de la madrugada luego ascienden rápidamente, a medida que sube el sol.

En medio del espectáculo, se puede desayunar con vistas a los géiseres -más de 100 en un predio raso de 10km2-, escupiendo vapor sin descanso. Los más osados pueden ponerse el traje de baño y sumergirse en El Pozón, la única piscina permitida para nadar. El resto, se mira de lejos y con respeto: las aguas que brotan, burbujeantes, desde huecos en la tierra y conforman cada géiser, superan los 85° y por supuesto, no faltan las historias de turistas descuidados que terminaron prácticamente hervidos en ese caldo de montaña.

Quién cuenta algunas anécdotas del pozo al que llaman el asesino, por haberse devorado a cuatro turistas hace unos años, es Héctor. Logra miradas espantadas, pero su sonrisa es tan amable como humilde. Se autodefine como guarda-géiseres, aunque antes fue minero en Copiapó -de allí eran los famosos 33-, durante casi toda su vida. No tendrá más de 65 años y su piel, que supo vivir en las entrañas de la tierra durante cuatro décadas, ahora se curte con el sol de las alturas.

El orgullo le brota como el agua de los géiseres al hablar de Caspana, su pueblito natal y cercano al Tatio, de donde es nacido y criado. Enumera con paciencia los minerales que contiene el agua: azufre, arsénico, sal, calcio. Mientras tanto, más allá, en El Pozón, un grupo de franceses que supera ampliamente el promedio de los setenta años, se divierte nadando en la piscina natural. Algo más deben tener esas aguas de las alturas en su cocktail de minerales, porque los ancianos salen revitalizados y jocosos, frente a la mirada casi incrédula de los que ni pensaron en calzarse la malla bajo la tonelada de ropa, al salir del hotel esa madrugada.

La ruta de regreso incluye una parada en Machuca, un pueblito que bien podría estar perdido en la montaña, pero se salva por estar dentro del circuito turístico, aún cuando casi sus propios habitantes, se olvidaron de él. El guía anuncia que su población es fluctuante, pero que en promedio, viven diez personas allí. Es sencillo comprobarlo al recorrer sus callecitas, por las que sólo se siente el silbido del viento y en alguna esquina, el paso cansado de un perro somnoliento. Las casas bajas, sencillas, hechas de adobe y paja -pero con paneles solares-, están prácticamente todas cerradas y aseguradas con candado. Tienen en común las cruces en los techos, que indican la creencia cristiana que a su vez, se comprueba en la bella y rústica capilla que se eleva más allá, en el monte.

Allí donde estacionan los micros turísticos por unos minutos, Isabel y Margarita, fríen sopapilla, una especie de torta frita irresistible; y también anticucho, empanadas de carne de llama o queso de cabra. Les da vergüenza que les tomen fotos pero, cuando entran en confianza, posan con sus delicias y comparten que sus bisabuelos eran oriundos de Machuca, lo que convierte al pueblito en un verdadero sobreviviente a lo largo de los siglos. Algo que sólo pasa en el desierto: más de 400 años de historia y allí, todo sigue congelado en el tiempo.

El chamán del desierto

El cielo es el mismo en cualquier parte, pero hay lugares donde se está más cerca. Al menos es la sensación cuando baja el sol abrasador y aparece la primera estrella. La temperatura comienza a descender, a medida que todo se tapiza de esas luces brillantes y lejanas que empiezan a dibujar constelaciones y trazar destinos.

Carlos es parte del Ayllú de Coyo, una de las catorce comunidades indígenas que viven en la zona. El es una suerte de chamán del desierto, que ofrece conocer el cielo atacameño no desde la astronomía tradicional, sino desde sus antepasados y la cosmovisión andina. Su voz transporta, y mientras lentamente introduce en el mundo de las estrellas y sus significados para los lican-antay, nombre aborigen y ancestral de los atacameños; el viaje ya no tiene retorno.

Unas mantas rústicas en el suelo, un poncho de lana y una infusión de hierbas tradicionales, amainan el frío. Hay algo en ese cielo que conecta con lo primitivo, con el espíritu del desierto que ahora parece estar al alcance de la mano. Recostarse, observar y fundirse en la estrella elegida es la consigna de la ceremonia Talatu, y de repente todo fluye, el tiempo se detiene, no hay calor ni frío, sólo una conexión eterna que recuerda el origen y que todos, absolutamente todos, fuimos, somos y seremos, parte de esa misma tierra.

La voz de Carlos se oye lejana. Ahora sí, el frío cala los huesos. Pero ya no importa. El corazón late al ritmo del lugar y su voz sin tiempo es un susurro que abre la puerta hacia algún rincón del universo. La pregunta final, después de esa meditación casi mística, es cómo volver a encontrarlo, en otra oportunidad. Su respuesta remite a la certeza de Miguel, el guía del comienzo. "Al desierto no se llega por casualidad. Se llega porque el desierto te llama, te busca, te elige. Y te encuentra."
Fuente: La Nación Turismo

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Titulo: La llamada del desierto.
Publicado el 08/01/2012.
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Sitio: 365chile.com
Ver en: http://www.365chile.com/san_pedro_de_atacama/la-llamada-del-desierto_n.html
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